jueves, 18 de noviembre de 2010

El inquilino, parte 1

I.
El ojo estaba clavado en la pared. Un olor rancio impregnaba todo el departamento, provenía de tantas fuentes diferentes que era casi imposible para el olfato aislar un olor de todos los demás que componían semejante peste. El hombre se levantó de la silla y escupió un espeso gargajo hacia una esquina de la habitación. Como siempre desde que A. se había ido hacía algunas semanas estaba de mal humor, no porque le extrañara, sino porque al irse se había llevado casi todo lo que había dentro del departamento, o al menos todo aquello con alguna utilidad o valor. De cualquier manera no podía darse el lujo de pensar en A. En su momento se arreglaría con A.

Llevaba ya varios años viviendo en ese edificio, en un principio le había llamado la atención como casi toda la vegetación en los alrededores más inmediatos de la construcción moría, sobrevivían unos parches aislados de un pasto áspero, grueso y tosco; dispersos entre un suelo de aspecto duro y cubierto de una tierra oscura y fina como el hollín; crecían también algunas enredaderas retorcidas que trepaban por los costados del edificio, hundiendo sus ramas en las grietas de la descascarada pared, de estas plantas brotaban pequeños frutos púrpuras que nadie comía.

Un gato disecado miraba desde una repisa al otro lado de la sala, el hombre miró la herida sin cicatrizar que tenía en la palma de la mano derecha y tomó un puñado de viejas vendas que había sobre uno de los sillones para envolverla. Pensó que A. seguro sabría como hacerlo a la perfección, era una pena que no hubiera entendido los mensajes que la ceniza arrastrada por el aire traía. El día se acercaba y el hombre estaba cada día más cerca de la meta.

II.
Y ahí estaba de nuevo, de nuevo volvía a tener miedo. Otra vez su humanidad le atormentaba, volvía a ver esa presencia, sacudiéndose en espasmos irregulares, como un amasijo de tejidos impuros sin una forma definida, como un cáncer latiendo lentamente, hundiendo sus raíces en la tierra, como una imitación profana de la vida. Miraba a todas partes buscando una salida, la luz era poca y nada confiable, a cada paso que daba, a cada lugar que miraba la luz le devolvía imágenes que le atemorizaban y le hacían recordar cada miedo de su infancia. Ahí estaban estampados en la pared todos esos rostros, todos esos viejos temores.

El aire olía mal y estaba tan denso que no podía escuchar su propia voz. Caminó varios pasos intentando no mirar a las paredes, el sonido de los espasmos viajaba lento pero con mucha fuerza en el aire, como un tambor de guerra ralentizado, tropezó con algo en el suelo al dar un paso. Se incorporó torpemente y notó la mirada de otra persona.

III.
El hombre dormía, sudaba como un cerdo. Súbitamente se levantó de la cama. Salió del apartamento avanzando lentamente, arrastrando los pies. Caminando lentamente por los pasillos oscuros se dirigió a las escaleras, siempre con la mano derecha apoyada en la pared, deslizándola a cada paso entre el eco sofocado de sus pasos, como si las grietas en los muros se tragaran parte del sonido. Las vendas comenzaron a aflojarse con el roce de la pared hasta caer. La herida se le abrió de nuevo y la sangre comenzó a escurrirle por el antebrazo y a dejar un rastro en la pared, rugosa y agrietada. Casi al final de la escalera, un pedazo grande de enjarre cayó al suelo con el roce de la mano, dejando los ladrillos al descubierto.

El hombre pensó que no había muchas cosas que hacer ahí; pensó en la renta, pensó en la comida y no recordaba claramente haber comido desde hace tiempo. Quiso salir del edificio un rato, aprovechando que estaba vestido y que no hacía tanto frío; le gustó la imagen del edificio contra el cielo nocturno aunque contrastaban poco entre si a simple vista, era ese un detalle que sólo podía notar alguien con los ojos adaptados a la oscuridad. Lo que realmente le gustaba era ver aparecer luces entre las ventanas rotas y las tablas que cubrían muchas de ellas; después de las luces siempre venían las siluetas, muchos de ellos le saludaban a lo lejos o le señalaban desde donde se aproximaba el violinista, si todo iba bien el violinista se aparecería en cualquier momento.