martes, 23 de agosto de 2011

El inquilino, parte 3.

VI.
El golpe había sido fuerte, aún le dolía la cabeza y tenía un pequeño corte en la frente, pero se alegraba de encontrarse con vida. No podía olvidar el abrumador vacío que encontró en aquellos ojos que viera al levantar la mirada tras la caída, además de eso no podía recordar gran cosa, la cabeza aún le daba vueltas. Se puso de pie y vomitó junto a un rincón, la luz del sol entraba a intervalos por entre las tablas clavadas en la ventana formando algunas columnas doradas de luz y polvo de una apariencia casi sólida, cosa que no hacía más que acrecentarle la sensación de cautiverio, ya no podía quedarse, no podría pasar otra noche como la anterior, no sabía si podría resistir lo mismo de nuevo.

VII.
El momento oportuno había llegado. El hombre sacó medio cuerpo por la ventana de su habitación y tomó cuidadosamente seis pequeños frutos de la enredadera que crecía en la pared exterior del edificio, no tenía idea de como se llamaran, pero a su vista eran idénticos a los dátiles, solo que de color púrpura y con un sabor amargo. Tomó un trapo que estaba sobre su escritorio y comenzó a limpiarlos uno por uno, no debía quedarles rastro del polvo del lugar, cuando eso pasaba era peor la mañana siguiente, él asociaba siempre ese malestar con una intensa resaca que no deseaba padecer si podía evitarlo, se quitó los zapatos y se sentó en la vieja silla que tenía en su habitación, tomó un fruto entre los dedos y comenzó a comerlos, visualizando lo más claramente que pudo su ritual, el sabor era amargo, más de lo que podía recordar, pero eso era parte del truco, no debía pensar en ello, debía mirar con atención en que estaba fallando, era importante que esta vez no lo perdiera de vista. El cuerpo comenzó a pesarle tanto que sentía que debía dejarlo atrás, abrió los ojos lo más que pudo, una sacudida y terminó estirado sobre la silla, ojos en blanco y las manos crispadas sobre la silla, en una inmovilidad solo interrumpida por ocasionales espasmos, la boca abierta escurriendo saliva, un golpe... otro... otro...

VIII.
Despertó con el cuerpo adolorido y un sabor asqueroso en la boca, se pasó la lengua por los dientes, notó como uno se movió, flojo, en su sitio. Un poco de sangre brotó entre el diente y la encía, se dirigió al baño y se miró en el espejo. Sintió un estremecimiento al hacerlo. Su organismo se deterioraba rápidamente, por un instante ni él mismo fue capaz de adivinar su propia edad. Sus dientes se pudrían y aflojaban, su cabello comenzaba a encanecer y se caía por montones, incluso sus órganos internos comenzaban a fallarle, y todo eso a una velocidad que podía medir por días. Podía ser que estuviera realmente enfermo, podía ser que su vida se escurriera por entre las grietas del edificio a una velocidad que le hacía entrar en pánico cada vez que se detenía a pensar en ello, pero no podía pensar así, necesitaba estar fuerte y calmado para terminar el proceso, no quedaba mucho tiempo y su vida dependía de ello. Se quitó la camisa, sucia y manchada de sangre, el vendaje sucio de su mano derecha se había salido de su lugar, abriéndose de nuevo la herida, tomó el diente flojo y lo arrancó sin mucho esfuerzo ni dolor. Lo guardó en una pequeña caja de metal y examinó su imagen en el espejo, hacía semanas que no se bañaba, la piel se le empezaba a estirar sobre los huesos, grisácea y reseca, esta vez a pesar de la angustia se sintió más cerca, había por fin asimilado el ritmo del tambor, sonaba como un tambor en una primera escucha, pero al fin pudo notarlo, ni era un tambor ni era de guerra, era vida, o algo muy parecido a eso.

domingo, 3 de julio de 2011

El inquilino, parte 2.

IV.
Fiel a su costumbre, el violinista se presentó puntual, apenas un par de minutos después que el hombre hubiera llegado. Primero el frío, luego la aparición de los vecinos en las ventanas del edificio, por un momento se preguntó si aquella gente recordaría por las mañanas todo eso que con tanta curiosidad salía a ver por las noches, apartó el pensamiento, el aire se ponía denso, era hora.

El cielo nocturno oscureció aún más, un viento frío sopló moderadamente, metiéndosele por las mangas y las aberturas entre los botones de la camisa. Un individuo muy delgado con un abrigo largo apareció entre los árboles, era él, siempre aparecía por donde no se le esperaba. El hombre buscó su mirada, pero como siempre esta le quedaba oculta por el ala del sombrero, un anticuado y curioso bigote daba a la parte inferior de su rostro el aspecto de una media sonrisa. Se puso de pie y avanzó, retiró la venda de su mano derecha y ambos comenzaron a caminar trazando un círculo.

Todas las miradas puestas en ellos, uno frente al otro a escasos dos metros de distancia, envueltos en la negrura, casi parte de ella, sus figuras se reconocían aún a la perfección. Los rostros en las ventanas miraban expectantes, todos con la misma expresión, monótona, vacía. Una bolsa de plástico volaba de un lado a otro llevada por el viento, no había sonido y respirar se volvía pesado, los rostros no durarían mucho en la ventana, empezaban algunos a mostrar la sonrisa idiota que siempre exhibían antes de caer, meterse, o cualquier cosa que hicieran al quitarse de la ventana, empezaba él mismo a dudar de sus fuerzas.

El hombre hizo al fin una reverencia que el violinista devolvió con rapidez, el ritual empezaba otra vez.

V.
La noche pasó en un abrir y cerrar de ojos, el hombre recuperó la conciencia tirado en su cama, eran las cuatro de la tarde. Miró a su alrededor, nada había cambiado; el ojo seguía clavado en la pared, el gato disecado seguía en el mismo sitio sobre la repisa. Trató de ponerse de pie, pero se lo impidió un fuerte dolor en el brazo derecho, se había quedado dormido sobre él y la herida de la mano se abrió un poco más, tenía el pantalón y la camisa manchada de sangre. Se levantó trabajosamente y se dirigió a la cocina, abrió la llave y colocó la mano perezosamente bajo el chorro, empezaba a creer que no iba a lograrlo nunca, y aún estaba pendiente lo de A.

Sacó dos pastillas de un paquete un par de analgésicos, sentía los ojos terrosos. Ya había perdido una buena parte del día, sentía estarse quedando sin tiempo, no podía perderlo más, ya llegaría el éxito, aunque para él no se trataba ya de paciencia, necesitaba alcanzarlo ya. Secó la herida y se vendó la mano derecha lo mejor que pudo, se dirigió al jardín, esperando que no hubiera nadie por ahí, esperaba recordar un poco más de la noche anterior con ayuda de los frutos, se sentía impaciente, y talvez algo atemorizado, las visiones eran siempre más fuertes con los frutos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El inquilino, parte 1

I.
El ojo estaba clavado en la pared. Un olor rancio impregnaba todo el departamento, provenía de tantas fuentes diferentes que era casi imposible para el olfato aislar un olor de todos los demás que componían semejante peste. El hombre se levantó de la silla y escupió un espeso gargajo hacia una esquina de la habitación. Como siempre desde que A. se había ido hacía algunas semanas estaba de mal humor, no porque le extrañara, sino porque al irse se había llevado casi todo lo que había dentro del departamento, o al menos todo aquello con alguna utilidad o valor. De cualquier manera no podía darse el lujo de pensar en A. En su momento se arreglaría con A.

Llevaba ya varios años viviendo en ese edificio, en un principio le había llamado la atención como casi toda la vegetación en los alrededores más inmediatos de la construcción moría, sobrevivían unos parches aislados de un pasto áspero, grueso y tosco; dispersos entre un suelo de aspecto duro y cubierto de una tierra oscura y fina como el hollín; crecían también algunas enredaderas retorcidas que trepaban por los costados del edificio, hundiendo sus ramas en las grietas de la descascarada pared, de estas plantas brotaban pequeños frutos púrpuras que nadie comía.

Un gato disecado miraba desde una repisa al otro lado de la sala, el hombre miró la herida sin cicatrizar que tenía en la palma de la mano derecha y tomó un puñado de viejas vendas que había sobre uno de los sillones para envolverla. Pensó que A. seguro sabría como hacerlo a la perfección, era una pena que no hubiera entendido los mensajes que la ceniza arrastrada por el aire traía. El día se acercaba y el hombre estaba cada día más cerca de la meta.

II.
Y ahí estaba de nuevo, de nuevo volvía a tener miedo. Otra vez su humanidad le atormentaba, volvía a ver esa presencia, sacudiéndose en espasmos irregulares, como un amasijo de tejidos impuros sin una forma definida, como un cáncer latiendo lentamente, hundiendo sus raíces en la tierra, como una imitación profana de la vida. Miraba a todas partes buscando una salida, la luz era poca y nada confiable, a cada paso que daba, a cada lugar que miraba la luz le devolvía imágenes que le atemorizaban y le hacían recordar cada miedo de su infancia. Ahí estaban estampados en la pared todos esos rostros, todos esos viejos temores.

El aire olía mal y estaba tan denso que no podía escuchar su propia voz. Caminó varios pasos intentando no mirar a las paredes, el sonido de los espasmos viajaba lento pero con mucha fuerza en el aire, como un tambor de guerra ralentizado, tropezó con algo en el suelo al dar un paso. Se incorporó torpemente y notó la mirada de otra persona.

III.
El hombre dormía, sudaba como un cerdo. Súbitamente se levantó de la cama. Salió del apartamento avanzando lentamente, arrastrando los pies. Caminando lentamente por los pasillos oscuros se dirigió a las escaleras, siempre con la mano derecha apoyada en la pared, deslizándola a cada paso entre el eco sofocado de sus pasos, como si las grietas en los muros se tragaran parte del sonido. Las vendas comenzaron a aflojarse con el roce de la pared hasta caer. La herida se le abrió de nuevo y la sangre comenzó a escurrirle por el antebrazo y a dejar un rastro en la pared, rugosa y agrietada. Casi al final de la escalera, un pedazo grande de enjarre cayó al suelo con el roce de la mano, dejando los ladrillos al descubierto.

El hombre pensó que no había muchas cosas que hacer ahí; pensó en la renta, pensó en la comida y no recordaba claramente haber comido desde hace tiempo. Quiso salir del edificio un rato, aprovechando que estaba vestido y que no hacía tanto frío; le gustó la imagen del edificio contra el cielo nocturno aunque contrastaban poco entre si a simple vista, era ese un detalle que sólo podía notar alguien con los ojos adaptados a la oscuridad. Lo que realmente le gustaba era ver aparecer luces entre las ventanas rotas y las tablas que cubrían muchas de ellas; después de las luces siempre venían las siluetas, muchos de ellos le saludaban a lo lejos o le señalaban desde donde se aproximaba el violinista, si todo iba bien el violinista se aparecería en cualquier momento.

martes, 12 de octubre de 2010

III.I. Flashbacks

El regreso a casa tras la noche anterior había sido lento y cansado, sin contar que casi no había podido dormir durante la noche. Después de caminar por lo que le parecieron horas, Alberto y Seven llegaron casi arrastrándose a casa, con las manos entumecidas por el frío preparó las mantas y se tendió tensamente sobre ellas, al no tener sueño intentó comer pero realmente no tenía ni apetito ni nada comestible en casa, así que se sirvió medio vaso de whisky y se fumó dos o tres cigarrillos mirando por la ventana. Después decidió acostarse, pero por más que intentaba no podía ni relajar la mandíbula, que parecía empeñada en cerrarse con más fuerza que la que utilizara Alberto para intentar abrirla, tenía el cuerpo hecho un nudo y un irritante hueco en el estómago.

Sólo los inútiles no duermen, el sueño es un privilegio que se gana la gente productiva


Alberto recordó a su obesa y cuarentona maestra de cuarto grado, pensó para sus adentros si alguna vez la maestra había caminado tanto en un día como él había hecho hoy. Imposible saberlo. Irrelevante.

La noche transcurrió con sueños intermitentes y extraños, caras, poemas (sangre) en una cama, azul profundo, crimen, robo, perros, espejos... poco descanso.

Calor en la cara, dolor en los ojos. Un coro de maullidos y la luz del sol dándole de lleno en la cara despertaron a Alberto, que se levantó pesadamente y se arrastró hacia la ventana para cerrarla, subió a la azotea y atrapó una paloma para el desayuno, el gato vecino ya destripaba perezosamente lo que le quedaba de una en su tejado, saludó a Alberto con un movimiento de la cabeza, Alberto a su vez levantó la mano, se extrañó de ver al gato sin compañía al recordar el escándalo de hacía unos minutos.
Alberto saca una paloma de las jaulas y libera a todas menos a dos, que engordaba especialmente para cuando lograra completar el rompecabezas, aunque de momento no sabía cuanto le faltaba, tuvo el presentimiento de que todo concluiría más rápido de lo que él mismo esperaba. Degolló a su paloma con un cuchillo, y la puso a desangrar mientras traía de la casa un par de pedazos duros de pan para acompañar la carne. Encendió un fuego y asó su paloma mirando el fuego como hipnotizado... como esperando ver en las llamas el rostro del que pudiera ayudarle.
Al gruñirle las tripas se olvidó de eso para comer por fin, el primer bocado le supo ligeramente crudo pero igual se lo comió, después de todo no estaba mal y él tenía hambre.
Alberto se sentó a beber un poco de whisky después de comer, intentando recordar e hilar las confusas imágenes que vio en su sueño, miró al tejado de enfrente, el gato se había ido a dormir.

lunes, 4 de octubre de 2010

II. Un millar de anzuelos

Después de buscar durante varias horas, Alberto se detuvo a lavarse la cara en una vieja fuente afuera de un templo, siempre le gustó mirar como su cara se deformaba al reflejarse sobre las ondas, en esta ocasión su reflejo parecía mucho más viejo, talvez por el cansancio, tal vez por el calor, Alberto no se reconoció en ese rostro que por instantes le devolvía una maliciosa mirada. Un ligero escalofrío recorrió sus huesos, haciéndolos rechinar unos contra otros de la misma forma en que los dientes rechinan cuando uno ha comido demasiado limón, se había estado sintiendo así casi todo el día, pero no había encontrado aún la causa, a decir verdad ni siquiera estaba seguro de poder encontrar tal causa, después de todo no sabía ni un poco de medicina. Momentos después, el escalofrío seguía allí, estacionado sobre su cuerpo, como si alguien hubiera echado escarcha sobre cada una de sus terminaciones nerviosas, como si en lugar de tejido nervioso tuviera kilómetros de alambre de púas microscópico tirando de su carne al recibir el menor impulso eléctrico. Encendió un cigarrillo y le dió una profunda calada, esperando que de alguna manera el humo azuloso mitigara el seco dolor que aquello le producía
...
rosa
...
sonido
...
naranja
...
dolor
...
Millones de ganchos tiraban de cada fibra de sus músculos endurecidos, la sensación provenía de los oídos, recordó en un momento, e identificó la causa del ruido, Seven estaba ladrando y lamiéndole la cara, estaba oscuro ahora y notó que le había sangrado la nariz. Su cigarrillo sin filtro estaba justo al lado de la fuente sobre el suelo, totalmente convertido en cenizas, al menos el dolor se había ido.
Encendió otro cigarro bajo la luz amarillenta de los faroles y cruzó la plazoleta rumbo al jardín del templo, tomó un mango de buen tamaño y lo repartió con el perro, preguntándose si el perro sentiría también la misma irritación en el estómago que él sentía ahora. Se lo preguntó, no recibió respuesta. No la esperaba de todos modos, era una de las cosas que más le gustaban del perro: él no decía pendejadas ni aunque lo obligaran.
Camino a casa, Alberto pensaba en el rompecabezas; tenía ya algunas semanas sin tocarlo, a falta de alguna pieza nueva a la cual buscarle lugar. Aún desconocía cuantas piezas podrían ser, ya que tenían distintos tamaños entre ellas, y algunas embonaban a la perfección sin importar donde se les pusiera. Con esas piezas había que tener particular cuidado, pues a pesar de sus numerosas posibildades de combinación, sólo ofrecían una correcta, y sólo un ojo particularmente entrenado podía notarlo; una de estas piezas mal acomodada podía descomponer todo el trabajo que Alberto había dedicado a dicha tarea. Había sacrificado tantas horas de sueño por ello que ahora tenía dolor en las ojeras, pero sabía que valdría la pena, y quizás ahora era el momento.
Quizás ya era hora de buscar ayuda.

lunes, 6 de septiembre de 2010

I.Boreal

Hacía años que vivía así, y no recordaba (O no quería) muy bien que lo había llevado a esa vida, de todos modos su vida anterior era deamasiado lejana ahora, y a Alberto no le disgustaba en absoluto su vida actual, en su opinión, realmente no le faltaba nada.
Ese día Alberto despertó algo incómodo por la noche fría, con ese dolor al respirar y en los músculos de la espalda que queda siempre después de noches como esa. Encendió un cigarrillo sin filtro y se dispuso a ordenar su cama (Que a falta de mejores cuidados consistía en unas pocas cobijas y mantas raídas y sucias) para guardarla en un hueco entre la pared y una de las columnas que sostenían la habitación; rara vez alguien daba con su casa (Quizás nadie o no lo recordaba), pero "era mejor ser precavido," pensaba Alberto, después de todo no era sólo su cama, ni era sólo su casa, de no ser por seven jamás habría encontrado la entrada a su ahora casa, lugares como ese eran difíciles (Por no decir imposibles) de encontrar hoy en día.
A veces Alberto pensaba en su antigua vida, aunque no sin un poco de amargura, siempre había sentido que era demasiado lo que debía dar, y que era realmente poco lo que recibía a cambio, al menos eso sentía en relación a su juventud, que aunque aún tenía fuerzas sentía que su espíritu estaba mermado, mutilado de alguna manera, pero se decía a si mismo constantemente que entre todos había salido bien librado, como aquél que pierde un brazo pero aún conserva casi todo lo demás. Pensaba en sus padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo y el mundo en general y en lo que había visto en sus caras una vez que les había comunicado su gran descubrimiento, su plan maestro. Seguro se burlarían de él si le vieran ahora, quizás... realmente nunca se sabe, ahora le da lo mismo, piensa él, "de todos modos es casi seguro que están todos muertos," además, hacía tanto tiempo que no los veía que ya ni los recordaba. De cualquier manera, el perro había probado en más de una ocasión ser mejor compañero y amigo que cualquiera de ellos, al menos seven no le llenaba los oídos de peticiones, maliciosas críticas ni quejas y se mostraba siempre agradecido ante cualquier atención.
Hacía una mañana fría, con un cielo como brochazos de amarillo mostaza sobre un fondo lila y azul. Alberto subió a la azotea a terminar su cigarro. Un gato gris le miraba desde un techo vecino. "Buen día" musitó Alberto mientras hacía aros con el humo que salía de su boca, el gato asintió (O al menos eso le pareció a Alberto) gravemente y se perdió de vista. "Mamón", pensó Alberto para sus adentros, algo frustrado ante el hecho de que a su parecer, de entre todos los gatos del mundo le había tocado como vecino el más antipático. De todos modos no venía al caso y él no venía a eso, pero ya casi era hora. Bebió un sorbo de Whiskey de una taza para café y se sentó sobre un viejo tambo de gas. Comenzó a cantar y a tamborilear con los dedos lo que recordaba de una vieja canción:
...
Is this the only way out?
***** hold the gun steady
...
El espectáculo comenzaba puntual, comenzaba a calentarse la garganta y tenía un cigarrillo humeando en su mano izquierda, terminado eso podría empezar con sus labores, siempre le alegraba iniciar el día así. Tenía mucho que hacer y un largo día por delante.

martes, 5 de enero de 2010

Ella.

Ella no existe...
Al menos no en el mundo afuera, afuera de mi cabeza y de lo que todos llaman mis alucinaciones, y debido a esto todos creen que estoy loco, no es que me importe mucho eso, es solo que me trastorna buscarla con tanta ansiedad, a pesar de que no importa todo lo que yo se de ella, NO EXISTE, aunque haya hablado con ella, aunque la haya besado, aunque conozca su rostro y cada detalle de su persona a la perfección. Al principio decidí buscarla en los sitios de costumbre, su escuela, su casa, su trabajo... pero nada, llegué a pensar que por alguna razón ella estaba molesta y no quería verme, busqué a su mejor amiga para pedirle ayuda y de nuevo nada... no la conoce a ella, no me conoce a mi, el problema es que yo la conozco a ella... mi mejor amigo tampoco me cree, pero me aconsejó conseguir un retrato computarizado de ella y buscarla de nuevo, talvez por alguna razón ella dió nombres diferentes en los lugares donde la busqué anteriormente... lo hice y lo único que conseguí además de lo usual fue una propuesta de su jefe para hacer de fotógrafo en su seguramente deplorable aniversario de bodas, sobra decir que no me apetece... aunque no se, tampoco es que me revienten los bolsillos ultimamente, así que... ¿Que diablos?

Todo esto que aquí cuento sucedió hace algunos meses, así que de tanto buscar por medios convencionales, decidí buscar a un médium, cosa bastante difícil, yo no era creyente pero así son estas cosas, conoces a alguien que a su vez conoce a alguien y así... dicen que puedes llegar a la persona que quieras, mi contacto fue el que fuera mi mejor amigo en la secundaria, y me dijo que aunque en ese negocio hay demasiados charlatanes este era de verdad, asi que le pido que me contacte con él, mi amigo dice que hará lo posible, que sea respetuoso y que no haga pendejadas, que esté serio, etc, yo le digo que si a todo, sintiéndome un poco raro por haber acudido a un médium, pero necesito saber que pasa y no me lo ha podido explicar nadie más, a situaciones desesperadas medidas desesperadas.