domingo, 3 de julio de 2011

El inquilino, parte 2.

IV.
Fiel a su costumbre, el violinista se presentó puntual, apenas un par de minutos después que el hombre hubiera llegado. Primero el frío, luego la aparición de los vecinos en las ventanas del edificio, por un momento se preguntó si aquella gente recordaría por las mañanas todo eso que con tanta curiosidad salía a ver por las noches, apartó el pensamiento, el aire se ponía denso, era hora.

El cielo nocturno oscureció aún más, un viento frío sopló moderadamente, metiéndosele por las mangas y las aberturas entre los botones de la camisa. Un individuo muy delgado con un abrigo largo apareció entre los árboles, era él, siempre aparecía por donde no se le esperaba. El hombre buscó su mirada, pero como siempre esta le quedaba oculta por el ala del sombrero, un anticuado y curioso bigote daba a la parte inferior de su rostro el aspecto de una media sonrisa. Se puso de pie y avanzó, retiró la venda de su mano derecha y ambos comenzaron a caminar trazando un círculo.

Todas las miradas puestas en ellos, uno frente al otro a escasos dos metros de distancia, envueltos en la negrura, casi parte de ella, sus figuras se reconocían aún a la perfección. Los rostros en las ventanas miraban expectantes, todos con la misma expresión, monótona, vacía. Una bolsa de plástico volaba de un lado a otro llevada por el viento, no había sonido y respirar se volvía pesado, los rostros no durarían mucho en la ventana, empezaban algunos a mostrar la sonrisa idiota que siempre exhibían antes de caer, meterse, o cualquier cosa que hicieran al quitarse de la ventana, empezaba él mismo a dudar de sus fuerzas.

El hombre hizo al fin una reverencia que el violinista devolvió con rapidez, el ritual empezaba otra vez.

V.
La noche pasó en un abrir y cerrar de ojos, el hombre recuperó la conciencia tirado en su cama, eran las cuatro de la tarde. Miró a su alrededor, nada había cambiado; el ojo seguía clavado en la pared, el gato disecado seguía en el mismo sitio sobre la repisa. Trató de ponerse de pie, pero se lo impidió un fuerte dolor en el brazo derecho, se había quedado dormido sobre él y la herida de la mano se abrió un poco más, tenía el pantalón y la camisa manchada de sangre. Se levantó trabajosamente y se dirigió a la cocina, abrió la llave y colocó la mano perezosamente bajo el chorro, empezaba a creer que no iba a lograrlo nunca, y aún estaba pendiente lo de A.

Sacó dos pastillas de un paquete un par de analgésicos, sentía los ojos terrosos. Ya había perdido una buena parte del día, sentía estarse quedando sin tiempo, no podía perderlo más, ya llegaría el éxito, aunque para él no se trataba ya de paciencia, necesitaba alcanzarlo ya. Secó la herida y se vendó la mano derecha lo mejor que pudo, se dirigió al jardín, esperando que no hubiera nadie por ahí, esperaba recordar un poco más de la noche anterior con ayuda de los frutos, se sentía impaciente, y talvez algo atemorizado, las visiones eran siempre más fuertes con los frutos.

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